"Hazme caso, deja la justicia celestial, tus castigos o las recompensas venideras. Todas esas tonterías sólo valen para la escuela y para matar de hambre a todos los que cometen la locura de creer en ellas. La crudeza de los ricos legitima las malas acciones de lo pobres, hija mía; si su bolsa se abriese a nuestras necesidades y los sentimientos humanitarios anidasen en su alma, podríamos dar cabida a la virtud en la nuestra. Pero si nuestro infortunio, nuestra paciencia para soportarlo, nuestra buena fe y nuestro sometimiento no sirven más que para duplicar las cadenas, nuestros delitos serán obra suya y seríamos bastante ilusos si nos negáramos a cometerlos para aliviar el yugo con el que nos cargan. La naturaleza nos ha hecho a todos iguales, Sofía, pero si el destino se complace en entorpecer el normal cumplimiento de esa primera ley general, está en nosotros el corregir los caprichos y revertir en nuestro provecho las usurpaciones de los más fuertes... Me río de todos esos ricos, esos jueces, esos magistrados; me divierte verlos cuando nos predican la virtud... Es muy difícil no robar cuando se posee tres veces más de lo que se necesita para vivir; no se puede evitar el concebir un crimen cuando se está rodeado de aduladores y de esclavos sumisos, y es tremendamente penoso mostrarse sobrio y moderado cuando la voluptuosidad los excita y los manjares más suculentos los rodean; no les vale la pena ser francos cuando jamás se les presenta la ocasión de mentir. Pero nosotros, Sofía, a quienes esa bárbara Providencia que has convertido en tu ídolo nos ha condenado a reptar sobre la tierra como la serpiente entre la hierba; nosotros, a quienes sólo se mira con desdén por ser pobres y se humilla por ser débiles; nosotros, en fin, que en toda la superficie de la tierra no encontramos más que hiel y espinas, ¿pretendes que no nos defendamos del delito, cuando es su propia mano la que nos abre la puerta de la vida, la que nos mantiene en ella, la que nos conserva en ella y la que nos impide perderla? ¿Tú pretendes que mientras esa clase que nos domina acapara para sí todos los favores de la fortuna, nosotros, eternamente sometidos y humillados, debamos soportar siempre los pesares, el abatimiento y el dolor, las necesidades y las lágrimas, la deshonra y la horca? ¡No, no, Sofía, no...! O esa Providencia a la que tú veneras sólo ha sido hecha para despreciarnos, o no son esas sus intenciones... Trata de conocerla mejor, Sofía, conócela mejor y convéncete de que desde el momento en que nos ha puesto en una situación en la que el mal se vuelve necesario y nos deja la libertad de ejercerlo, ese mal sirve a sus leyes tanto como lo hace el bien, y que ella gana tanto con uno como con otro. El estado en que la Providencia nos ha creado es el de la igualdad, quien la rompe no es más culpable que aquel que busca establecerla y ambos actúan de acuerdo a los impulsos recibidos; deben seguirlos, ponerse una banda sobre los ojos y gozar."
Los infortunios de la virtud (1787), Marqués de Sade (1740-1814)
lunes, 23 de enero de 2012
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